La vida y obra de Cotton Mather 1663-1728

Cotton Mather (1663-1728)[1]

Fue el hijo mayor del Dr. Increase Mather y nieto del célebre John Cotton, por lo que recibió el nombre de Cotton Mather. Nació en Boston el 12 de febrero de 1662. Cuando era un niño en la escuela, se esforzaba por persuadir a sus compañeros para que se convirtieran en personas de oración, e incluso escribió para ellos algunas formas de devoción. También tenía el valor de «reprender a sus compañeros por sus malas palabras y prácticas». A la edad de catorce años, comenzó a observar días de ayuno y oración secretos. En esos momentos, acostumbraba a leer hasta quince capítulos de la Biblia diariamente.

Ingresó en la universidad a la edad de doce años y se graduó con distinguidos aplausos a los dieciséis. En este periodo temprano, maduró y disciplinó su entendimiento, elaborando sistemas de ciencias y escribiendo comentarios sobre los libros que había leído. A la edad de diecisiete años, entró en pacto con la iglesia, después de un examen muy cuidadoso y metódico de sí mismo, y con la más completa consagración de todo su ser al Salvador. Tras dedicarse durante algún tiempo al estudio de la teología, fue ordenado ministro de la Iglesia del Norte en Boston, como colega de su padre, en 1684. En esta situación pasó el resto de sus días, esforzándose incansablemente por promover la gloria de Dios y el mayor bienestar de sus semejantes. Se casó tres veces y tuvo quince hijos, de los cuales solo dos le sobrevivieron.

Una de las primeras manifestaciones de la vida cristiana en el caso de Cotton Mather, fue su deseo de ser útil. Comenzó por instruir a sus hermanos y hermanas, exhortar a las empleadas domésticas y prestarles todos los servicios a su alcance. Se impuso a sí mismo la norma de no ir nunca a una reunión en la que tuviera que hablar sin esforzarse por ser útil. Cuando era muy joven, empezó a dedicar la décima parte de todos sus bienes a fines caritativos, práctica que continuó, aunque a menudo superaba la proporción del diezmo, hasta el final de su vida.

El Sr. Mather parece haber anticipado, cuando era joven, que los campos de utilidad, entonces inimaginados, se abrirían pronto.

«Una vasta variedad de nuevos caminos para hacer el bien se iluminarán, caminos que ninguna ave del mejor vuelo en nobles designios ha conocido aún, y que el ojo más penetrante del buitre no ha visto, y por donde nunca han pasado lomos de la más firme resolución».[2]

Fue bajo la influencia de impresiones como estas que se dedicó a la composición de su conocida obra, titulada Essays to do Good [Ensayos para hacer el bien], una obra que el Dr. Franklin leyó en su juventud y a la que atribuye «todo el bien que ha hecho a su país o a la humanidad».[3]

Para aumentar el poder de hacer el bien, el Sr. Mather ideó un plan de asociación voluntaria, muy similar al que ahora está en tan activa operación en todo el mundo. Su método consistía en formar asociaciones en cada vecindario, que vigilaran todos los males crecientes y utilizaran los medios más eficaces para suprimirlos. Quería que estas asociaciones se dedicaran a enviar la Biblia y el evangelio a otras naciones, y a trabajar en beneficio de los comerciantes, soldados y marineros.

Era incansable y abundante en labores para el bien de la congregación a su cargo. Mantenía una lista de todos los miembros de su iglesia, «y en sus oraciones secretas, se puso la resolución de que repasaría el catálogo (por familias) sobre sus rodillas, y oraría por las bendiciones más apropiadas que se le ocurrieran para ser otorgadas a cada persona, por su nombre claramente mencionado». Dedicaba una o dos tardes a la semana a visitar a las familias de su congregación (una práctica menos común en aquella época de lo que es ahora), en cuyas visitas indagaba particularmente sobre los afectos religiosos de cada miembro de la familia, impartiendo tales consejos y advirtiendo según lo requirieran los casos particulares. Constantemente se dedicaba a distribuir libros piadosos entre su congregación. Se nos asegura de buena fuente que a veces repartía más de mil al año. Y esto lo hacía en una época en que tales obras eran más pesadas de lo que son ahora, y cuando las invenciones baratas de los tiempos modernos eran totalmente desconocidas.

Aunque se ocupaba menos de los asuntos públicos que su padre, no estaba totalmente desatendido. En el momento de la Revolución, cuando Andros y sus subalternos fueron despojados de su poder, del que tanto habían abusado, dirigió una reunión de los habitantes de Boston para disuadirlos de cometer actos de violencia y de todo exceso que pudiera ser perjudicial para su causa. También preparó, a petición de algunos de los principales ciudadanos, una extensa declaración escrita, con el mismo objetivo, que fue leída desde la galería de la casa de la ciudad.

Fue esta interposición de Mather, según nos informa su hijo, que «salvó a los opresores caídos de un destino trágico, porque si se hubiera dicho una sola sílaba por cualquier hombre de influencia en favor de vengar los agravios públicos sobre aquellos que los habían infligido, habrían sido ejecutados sin piedad ni demora».

Difícilmente hay un departamento de la filantropía cristiana que se haya pensado en los tiempos modernos, en el que el Sr. Mather, sin ayuda de nadie y solo, no haya intentado hacer algo. Escribió y publicó mucho —y difundió ampliamente algunas de sus publicaciones— sobre el tema de la intemperancia.

Percibiendo que los negros, de los cuales había muchos en ese tiempo en Boston, no tenían los beneficios de la instrucción que eran necesarios para que se familiarizaran y se involucraran con la religión, estableció una escuela en la que se les enseñara a leer. «Y él mismo corrió con todos los gastos, pagando a la instructora por sus servicios al final de cada semana». También publicó un ensayo sobre la importancia de cristianizar a los negros… Además, se esforzó por beneficiar especialmente a los marineros, aunque cabe temer que sin mucho éxito.

El Sr. Mather fue de inestimable beneficio para los habitantes de Boston —y, de hecho, los habitantes de todo el país— por sus esfuerzos para introducir entre ellos la práctica de la inoculación de la viruela. En esto encontró oposición —principalmente por razones éticas o teológicas— por muchos de los clérigos y todos los médicos excepto uno. Pero perseveró hasta que la práctica fue introducida y sus ventajas fueron generalmente reconocidas.

Concluyo lo que tengo que decir sobre la utilidad del Sr. Mather, y el placer que sentía al hacer el bien, con un extracto de sus propios escritos personales:

«Soy capaz —dice— con poco esfuerzo de escribir en siete idiomas. Me banqueteo con las dulzuras de todas las ciencias que la parte más educada de la humanidad suele pretender. Me entretengo con toda clase de historias, antiguas y modernas. No soy ajeno a las curiosidades que, mediante todo tipo de conocimientos, se ofrecen a los curiosos. Estos placeres intelectuales están muy por encima de los sensuales. Sin embargo, todo esto no me deleita tanto como aliviar las angustias de un pobre, bajo y miserable prójimo. Y [me deleita] mucho más hacer cualquier cosa para promover la causa del reino de Dios en el mundo».

Su conducta, añade su biógrafo, estaba totalmente en consonancia con estos sentimientos.[4]

«En lo que respecta a la literatura, o al conocimiento de libros de todo tipo —dice el Dr. Chauncy—, reconozco la superioridad de Cotton Mather. Ningún nativo de este país había leído tanto, o retenido más de lo que él leyó. Fue el mayor redentor del tiempo que he conocido, y lo perdió tan poco como nadie podía hacerlo en su situación. Difícilmente había libros escritos que él no hubiera conseguido verlos de un modo u otro. Su propia biblioteca era con creces la más grande de todas las [bibliotecas] personales del continente. Siempre estaba leyendo y escribiendo, y tenía el talento más dichoso de leer rápidamente un libro. Sabía más de la historia de este país que cualquier otro hombre en él. Y si hubiera podido transmitir sus conocimientos con un juicio proporcionado, habría dado la mejor historia de este».[5]

Lo que el Dr. Chauncy dijo de Cotton Mather en su época, no dudo que puede decirse con igual verdad ahora. En cuanto a su erudición, en la aplicación más estricta del término, que denota un conocimiento general de los libros, fue el hombre más erudito que Nueva Inglaterra haya concebido jamás. «Ningún nativo de este país leyó tanto o retuvo tanto de lo que él leyó».

Como era de esperar por el relato anterior de la erudición de Cotton Mather, era muy diligente y sistemático en el aprovechamiento del tiempo. En la puerta de su estudio había escrito en letras grandes, para que todo el que lo visitara lo viera y leyera, Sé breve. Por la mañana, organizaba los asuntos del día, y le asignaba una área particular del deber a cada día de la semana. Mantuvo una extensa correspondencia con filósofos y personajes literarios en diferentes idiomas y en diversas partes del mundo. En 1710, la Universidad de Glasgow le confirió el grado de Doctor en Teología. Y tres años después, fue elegido miembro de la Sociedad Real (Royal Society) de Londres. Sus publicaciones, en total, ascienden a 383.

Ya he dicho que Cotton Mather era preeminentemente un hombre de oración. Además de sus devociones diarias personales, a partir de su diario se muestra que en un año mantuvo no menos de sesenta ayunos privados y veinte vigilias. Su hijo cree que, sobre un cálculo moderado, mantuvo entre cuatrocientos y quinientos ayunos en el transcurso de su vida pública. De hecho, parece haber estudiado y adquirido el hábito de convertir casi todo en oración. Los sucesos más comunes de la vida se convirtieron en la ocasión de elevar su alma a Dios, en piadosas y apropiadas exclamaciones.

Pero con toda esta grandeza y excelencia de carácter, Cotton Mather heredó algunas debilidades. Tenía más genio que juicio; más saber que gusto; más facilidad para adquirir conocimientos que habilidad para ordenarlos y emplearlos. También parece haber sido crédulo, e inclinado a lo prodigioso, en un grado que lo expuso a frecuentes imposiciones. Su conocimiento de la naturaleza humana, adquirido más bien de los libros que del mundo viviente, era necesariamente defectuoso. Por esta razón, su relación con el mundo fue menos útil, y a veces menos correspondiente, de lo que cabría esperar.

En el invierno de 1728 fue capturado por la enfermedad que acabó con su vida. En la nota en la que llamaba a su médico, utilizó estas palabras: «Ha llegado mi último enemigo, o más bien diría, mi mejor amigo». Cuando uno de los miembros de su iglesia le preguntó si estaba deseoso de morir, respondió: «No me atrevo a decir que sí, ni tampoco que no; quiero estar enteramente sometido a Dios». Cuando su médico le expresó la opinión de que no podía recuperarse, levantó las manos y dijo: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Tomando la mano de su sobrino, que estaba cerca de él, le dijo: «Mi querido hijo, te encomiendo, con todo el afecto posible, a la bendición del Señor Jesucristo. Toma mis manos y mi corazón lleno de bendiciones». Unas horas antes de su muerte, declaró esto: «Ya no tengo nada que hacer aquí [en la tierra]. Mi voluntad está enteramente absorbida por la voluntad de Dios». Cuando llegó el final, dijo: «¿Esto es morir? ¿Esto es todo? ¿Es esto todo lo que temía cuando oraba contra una muerte difícil? ¡Oh, puedo soportar esto! ¡Puedo soportarlo! ¡Puedo soportarlo!» Cuando su esposa limpió su ojo enfermo, él dijo: «Dentro de unos momentos estaré donde todas las lágrimas serán enjugadas».

De hecho, toda la escena final de este gran y buen hombre fue pacífica y feliz. Murió el 13 de febrero de 1728, cuando acababa de cumplir sesenta y cinco años. Fue seguido a la tumba por una inmensa multitud de personas, entre las cuales estaban todos los altos funcionarios del gobierno. «Era el sentimiento general —dice uno de sus biógrafos— de que un gran y buen hombre había caído».

[1] Absalom Peters, D. D. , y J. Holmes Agnew, «Biographical Sketch of Rev. Cotton Mather» en The American Biblical Repository (New York: 1842), 7:122-129.

[2] Cotton Mather, An Essay Upon the Good (Boston: 1845), pp. xxvi-xxv.

[3] En una carta al Dr. Samuel Mather, hijo de Cotton Mather, fechada en «Passy (Francia), 10 de noviembre de 1779», el Dr. Franklin dice lo siguiente: «Permítame mencionar un pequeño ejemplo que, aunque se refiere a mí, no dejará de ser interesante para ti. Cuando era niño, encontré un libro titulado Ensayos para hacer el bien, que creo que fue escrito por tu padre. Había sido tan poco considerado por su anterior poseedor que varias de sus hojas estaban arrancadas. Pero el resto me hizo pensar de tal manera como para tener una influencia en mi conducta a lo largo de la vida. Pues siempre he dado más valor al carácter de un hacedor del bien que a cualquier otro tipo de reputación. Y si he sido, como pareces pensar, un ciudadano útil, el público debe el beneficio de ello a ese libro». —Works, 3:478.

[4] Life by his Son, p. 21.

[5] Mass. Hist. Col., 1st series, 10:156.

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