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Directorio para la adoración pública a Dios

La predicación de la Palabra es el poder de Dios para la salvación y una de las obras más grandes y más excelentes que pertenecen al ministerio del evangelio. Esta debe ser realizada de tal manera que el obrero no tenga de qué avergonzarse [1 Ti. 2:15], sino que pueda salvarse a sí mismo y a aquellos que lo escuchan.

1. LOS DONES DEL MINISTRO O MAESTRO

Se presupone (de acuerdo con las reglas para la ordenación) que el ministro de Cristo está en cierta buena medida dotado para un servicio tan importante [como este], [como con los siguientes dones]:

[1] Con su habilidad en las lenguas originales, y en tales artes y ciencias que son ayudadoras de la teología.
[2] Con su conocimiento en todo el sistema [o cuerpo] de la teología, pero sobre todo en las Sagradas Escrituras, teniendo sus sentidos y corazón ejercitados en ellas por encima de la clase común de creyentes.
[3] Y con la iluminación del Espíritu de Dios y otros dones de edificación, que (junto con la lectura y el estudio de la Palabra) debe seguir procurando mediante la oración y un corazón humilde, resuelto a admitir y recibir cualquier verdad aún no alcanzada, siempre que Dios se la dé a conocer.

Él debe hacer uso de todo esto y desarrollarlo en sus preparaciones privadas antes de exponer en público lo que ha provisto.

2. LA PREPARACIÓN DEL SERMÓN

a. Sobre el asunto del sermón
Ordinariamente, el asunto de su sermón debe ser algún texto de las Escrituras, que exponga algún principio o tema principal de la religión, o que sea adecuado para alguna ocasión particular que surja. O puede continuar en algún capítulo, salmo o libro de las Sagradas Escrituras, según lo considere conveniente.

b. Sobre la introducción del sermón
La introducción a su texto [debe] ser breve y claro, extraído del texto mismo, o del contexto, o de algún lugar [o pasaje de la Escritura] paralelo, o de alguna frase general de la Escritura.

c. Sobre la extensión del texto del sermón
Si el texto [tomado para el sermón] es largo (como a veces debe serlo en las historias o parábolas), que haga un breve resumen de él. Si [el texto] es corto, [que haga] una paráfrasis de este, si es necesario. En ambos casos, [debe] mirar diligentemente el alcance del texto y señalar las partes principales y fundamentos de la doctrina que debe sacar de él.

d. Sobre la división del texto del sermón
Al analizar y dividir su texto, debe tener más en cuenta el orden del asunto que el de las palabras, y no debe cargar la memoria de los oyentes al principio con demasiadas secciones de división, ni turbar sus mentes con términos oscuros de arte.

e. Sobre las doctrinas del texto
Al sacar las doctrinas del texto, su cuidado debe ser [lo siguiente]:

En primer lugar, que el asunto sea la verdad de Dios.
En segundo lugar, que sea una verdad contenida en el texto o basada en él, para que los oyentes puedan discernir cómo Dios la enseña a partir del [texto].
En tercer lugar, que insista fundamentalmente en aquellas doctrinas que son pretendidas de manera principal y que conduzcan a la edificación de los oyentes.

La doctrina debe expresarse en términos claros. O si algo en [la doctrina] necesita explicación, debe exponerse. Y debe aclararse también la consecuencia del texto. Los lugares paralelos de la Escritura que confirman la doctrina deben ser claros y pertinentes en lugar de muchos. Y (si es necesario) se debe insistir en ellos y aplicarlos al propósito en cuestión.
Los argumentos o razones deben ser sólidos y, en la medida de lo posible, convincentes. Las ilustraciones, de cualquier clase que sean, deben estar llenas de luz y deben ser tales que puedan transmitir la verdad al corazón del oyente con deleite espiritual.
Si parece surgir alguna duda obvia de la Escritura, de la razón o del prejuicio de los oyentes, es muy necesario eliminarla, reconciliando las diferencias aparentes, respondiendo a las razones y descubriendo y quitando las causas del prejuicio y del error. Por lo demás, no conviene detener a los oyentes con el planteamiento o respuesta de las cavilaciones vanas o perversas que, dado que son interminables, su planteamiento y respuesta obstaculizan más en lugar de promover la edificación.

f. Sobre la aplicación de las doctrinas
[El ministro o maestro] no debe quedarse en la doctrina general, aunque sea en gran medida aclarada y confirmada como nunca, sino llevarla a una utilidad particular, aplicándola a sus oyentes. Aunque esto resulte ser una obra de gran dificultad para él mismo —que requiere mucha prudencia, celo y meditación— y que para el hombre natural y corrupto será muy desagradable, [el ministro o maestro] debe esforzarse por realizar esto de tal manera que sus oyentes puedan sentir que la Palabra de Dios es viva y poderosa, y que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón [Heb. 4:12]. Y [debe realizar esto de tal manera] que, si algún incrédulo o ignorante está presente, pueda tener los secretos de su corazón manifestados y pueda dar gloria a Dios.

1) Sobre la utilidad a modo de instrucción
En la utilidad de instrucción o información en el conocimiento de alguna verdad, que es una consecuencia de su doctrina, puede (cuando sea conveniente) confirmarlo con unos pocos argumentos firmes a partir del texto en cuestión y otros lugares de las Escrituras, o a partir de la naturaleza de ese lugar común en la teología de la que esa verdad es una parte.

2) Sobre la utilidad a modo de refutación
En la refutación de falsas doctrinas, [el ministro o maestro] no debe levantar de la tumba una vieja herejía, ni mencionar innecesariamente una opinión blasfema. No obstante, si la congregación está en peligro de un error, debe refutarlo sanamente y esforzarse por convencer sus juicios y conciencias contra todas las objeciones.

3) Sobre la utilidad a modo de exhortación
Al exhortar a los deberes, debe enseñar también los medios que ayudan a cumplirlos —según observe motivo [para ello]—.

4) Sobre la utilidad a modo de reprensión
En la disuasión, la reprensión y la amonestación pública (que requieren especial sabiduría), [el ministro o maestro] no solo [debe] exponer la naturaleza y la grandeza del pecado junto con la miseria que lo acompaña —según haya motivo—, sino también [debe] mostrar el peligro que corren sus oyentes si son alcanzados y sorprendidos por este junto con los remedios y la mejor manera de evitarlo.

5) Sobre la utilidad a modo de consuelo
Al aplicar el consuelo —ya sea general contra todas las tentaciones, o particular contra algunas turbaciones o terrores particulares— debe responder cuidadosamente a tales objeciones que un corazón turbado y un espíritu afligido puedan sugerir en sentido contrario.

6) Sobre la utilidad a modo de examinación
A veces también es necesario dar algunas notas de prueba. Esto muy provechoso, especialmente cuando ministros habilidosos y experimentados lo hacen con circunspección y prudencia, y [cuando] las señales [están] claramente fundamentadas en las Sagradas Escrituras. Por [estas notas de prueba] los oyentes pueden examinarse a sí mismos para ver si han obtenido esas gracias y cumplido esos deberes a los que exhorta, o [si] son culpables del pecado reprendido y están en peligro de los juicios amenazados, o [si] son aquellos a quienes pertenecen los consuelos propuestos. Por lo tanto, de esta manera pueden ser animados y estimulados al deber, humillados por sus carencias y pecados, afectados por su peligro y fortalecidos con consuelo, según lo requiera la condición de ellos tras la examinación.

Y así como [el ministro o maestro] no necesita siempre exponer todas las doctrinas que se encuentran en su texto, así mismo es prudente que escoja tales utilidades que encuentre más necesarios y oportunos por su residencia y relación cercana con su rebaño. Y entre estas [utilidades], [debe escoger] las que puedan atraer sus almas más a Cristo, la fuente de luz, santidad y consuelo.

Este método no se prescribe como necesario para cada hombre, o sobre cada texto. Más bien, solo se recomienda debido a que se ha encontrado por experiencia que es bendecido en gran medida por Dios, y [es] muy útil para el entendimiento y la memoria de la congregación.

3. FORMA EN LA QUE DEBE DESEMPEÑAR SU MINISTERIO EL MINISTRO O MAESTRO

Pero el siervo de Cristo, cualquiera que sea su método, debe realizar todo su ministerio [de la siguiente manera]:

a. [Debe realizar todo su ministerio] con gran esmero. No [debe] hacer la obra del Señor negligentemente.
b. [Debe realizar todo su ministerio] de manera clara, de modo pueda entender [la persona] más sencilla. [Debe] exponer la verdad no con palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con la demostración del Espíritu y de poder, de manera que no se haga vana la cruz de Cristo [1 Co. 2:4-5; 1 Co. 1:17]. [Debe] abstenerse también de un uso inútil de lenguas desconocidas, frases extrañas y cadencias de sonidos y palabras. [Debe] citar con moderación frases de escritores eclesiásticos o de otros escritores humanos, antiguos o modernos, aunque sean tan elegantes como nunca.
c. [Debe realizar todo su ministerio] de manera fiel, buscando la honra de Cristo, la conversión, la edificación y salvación de las personas, no su propia ganancia o gloria. No [debe] retener nada que pueda promover esos santos fines, dando a cada uno su propia porción y teniendo una consideración imparcial para con todos, sin descuidar a los más bajos, ni mostrar tolerancia a los más grandes en sus pecados.
d. [Debe realizar todo su ministerio] de manera sabia, elaborando todas sus doctrinas, exhortaciones y particularmente sus reprensiones de tal manera que pueda tener más probabilidades de prevalecer, [y] mostrando la consideración debida a la persona y a la posición de cada uno, y no mezclando su propia pasión o amargura.
e. [Debe realizar todo su ministerio] de manera seria, como conviene a la Palabra de Dios. [Debe] evitar todo gesto, voz y expresiones que puedan ocasionar que las corrupciones de los hombres lo desprecien a él y a su ministerio.
f. [Debe realizar todo su ministerio] con afecto amoroso, de manera que la congregación pueda ver que todo proviene de su celo piadoso y de su deseo sincero de hacerles bien.
g. [Debe realizar todo su ministerio] como enseñado por Dios, y persuadido en su propio corazón de que todo lo que enseña es la verdad de Cristo. Y [debe] andar delante de su rebaño como ejemplo para ellos en ella. [Debe] encomendar de manera fervorosa sus labores a la bendición de Dios tanto en privado como en público. Y [debe] velar de manera vigilante por sí mismo y por el rebaño del cual el Señor lo ha hecho obispo. De esta manera, la doctrina de la verdad será preservada incorrupta, muchas almas serán convertidas y edificadas, y él mismo recibirá múltiples consuelos de sus labores, incluso en esta vida, y posteriormente la corona de gloria que le será reservada en el mundo venidero.

Cuando en una congregación hay más de un ministro, y estos tienen diferentes dones, cada uno puede dedicarse más particularmente a la doctrina o a la exhortación, según el don en que más sobresalga, y según concuerden entre sí.

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