John Price

Adorar a Dios es la actividad más elevada en la que podemos estar involucrados jamás, el objetivo de nuestra creación y redención. La música es, en palabras de Martín Lutero, «un bello y hermoso regalo de Dios […], después de la Palabra de Dios, [es] la dueña y gobernadora de los sentimientos del corazón humano». Considerar la interacción entre ambos es un asunto de no poca importancia.

El carácter oportuno de este volumen surge del hecho de que estamos viviendo una revolución en la adoración. La adoración evangélica ha cambiado tanto en los últimos veinte años como en los doscientos anteriores. El proceso ha sido rápido, generalizado y controvertido, lo que ha llevado a la trágica aparición de lo que se ha llamado «guerras de adoración», en las que hermanos y hermanas en Cristo realmente se pelean por cómo adorar a su Padre celestial. Estos acontecimientos no han tenido lugar en un contexto de renovación espiritual. Más bien parecen ser en parte el producto y en parte la causa de una creciente superficialidad y mundanalidad entre el pueblo profesante de Dios. Las iglesias reformadas no están resultando inmunes al clamor por el cambio. Por lo tanto, es útil tener ante nosotros una discusión calmada y razonada de una de las cuestiones.

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