A partir de 1 Corintios 3:17: «El templo de Dios es santo, cuyo templo sois vosotros», Watson nos despliega la dignidad y deber del creyente como templo de Dios, proporcionando, como es el estilo de él, una cantidad enorme de similitudes, comparaciones, metáforas, etc., de tal manera que deja un sello en el creyente en cuanto a esta enseñanza. En cuanto a la estructura de este escrito, en primer lugar, sobre la exposición de la doctrina, presenta analogías entre el alma del creyente y el templo en AT. Posteriormente, pasa a las aplicaciones. En primer lugar, informa a los creyente sobre su dignidad, su diferencia con respecto a los impíos, el aseguramiento de una nación al proteger esos templos espirituales, y lo peligroso que es hacer daño al creyente. En segundo lugar, reprende a aquellos que están más preocupados por embellecer el cuerpo descuidando el alma, instado así a procurar la santidad. En tercer lugar, urge a la examinación sobre si somos verdaderamente templos de Dios, y esto lo hace urgiendo a que nos observemos a nosotros mismos si tenemos semejanza a Dios en diferentes aspectos. En cuarto lugar, exhorta a los creyente a no contaminarse teniendo comunión con los impíos, entregándose a los deseos de la carne, y abrazando los errores de los herejes. De manera particular, Watson se extiende en los errores y el carácter del papismo o de la iglesia de Roma, proporcionando un golpe letal en este aspecto a aquellos que profesan la religión romana. Además, exhorta a cada creyente a que se dedique a aquellas cosas que había que hacerse en el templo en AT —como el sacrificio de la oración, del corazón quebrantado y de la alabanza—, y a considerar la santidad que tiene que haber en ellos. En ultimo lugar, consuela a los creyentes con la noción de la morada de Dios en ellos, y que al final ellos serán templos gloriosos.
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